Estaba tan acostumbrado a tu silencio, que cuando mis ojos descubrieron tu mensaje en medio de un bosque de palabras, pensé: que hermoso texto. Sin embargo, una página se abrió en mi memoria y te encontré allí, con tu sonrisa, con tu mirada brillante, con tu vestido vaporoso que se confundía con la mar… y suspiré. Leí nuevamente y si. Era mi nombre. Era de ti. Entonces recordé que un día recostado a un árbol en un pueblito lejano, jugaba con las nubes buscando armar el rompecabezas de tu ausencia, mientras ríos de sudor recorrían mi geografía y una canción bailaba en el ambiente.
A esta hora de la noche, el abanico encendido con sus aspas locas de verano y una sonata de Mozart te traen a mi soledad.
Aislarme.
Pensarte me conduce por laberintos ingrávidos donde solo habita el silencio.
Busco un corcho para esta botella transparente donde enviaré un mensaje escrito en sol menor y que lanzaré a la mar con la certeza que llegará a las arenas de otro idioma arrastrado por las olas del olvido y no a la playa de tu cuerpo.
Mis pies irán marcando huellas borradas por el agua y me extenderé en mi propia sombra a contemplar tu recuerdo que me habita.
(Del libro en preparación Las esquinas del olvido)